Estudiar después de los 60
http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1023375
Ayuda a prevenir enfermedades mentales de la edad, reduce el riesgo de depresión y permite recuperar roles sociales
Comenzar la universidad en la séptima década de vida puede resultar todo un desafío, sobre todo porque lo primero que aparece son las excusas para no intentarlo, como "¿a esta edad?" o, la más frecuente, "la cabeza no me va a responder".
Sin embargo, en las aulas de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ) se comprueba a simple vista que retomar el estudio a partir de los 60 no sólo rejuvenece el cerebro, sino también ayuda a prevenir enfermedades mentales de la edad, como las demencias, a reducir la depresión, a recuperar los roles sociales y a mejorar la calidad del envejecimiento.
"Tenemos una edad biológica y otra edad psicológica. La primera no la podemos modificar y a medida que avanza te siguen festejando los cumpleaños y te la recuerdan a cada rato... -bromea Eugenia Resnik, de 83 años-. Pero la otra podemos mejorarla muchísimo si tenemos voluntad."
Eugenia comenzó la universidad el año pasado; se inscribió en el curso de psicología y este año reincidió también con filosofía, un saber sobre el que confiesa que nunca había tenido un libro en la mano.
"Siempre nos queda una asignatura pendiente -asegura Eugenia al explicar por qué decidió ir a la universidad-. Mis padres fueron inmigrantes, nunca nos faltó lo imprescindible, pero con mis hermanos sólo pudimos ir a la escuela primaria. Siempre quise seguir estudiando y tener una carrera, pero no fue posible."
Desde hace diez años, la Secretaría de Extensión Universitaria de la Facultad de Ciencias Sociales creó la Universidad de la Tercera Edad (Unite), un programa que incluye el dictado de 36 cursos gratuitos para mayores de 60 años.
Durante un año o un cuatrimestre, unos 200 estudiantes cada año reciben contenidos de nivel académico teóricos y prácticos. Los docentes, que son los mismos que los de las carreras de grado de la UNLZ, no exigen memorizar textos y rendir exámenes, pero sí cumplir con los plazos para la entrega de los trabajos prácticos y las investigaciones.
"Los adultos mayores tienen la misma capacidad de aprendizaje que en otras épocas de la vida; las variaciones obedecen a conocimientos previos, estudios finalizados, ritmos, tiempos de cada uno, e interés y motivación por la tarea", explicó a LA NACION la licenciada en psicología Mónica Straschnoy, docente de la Unite y coautora de un estudio sobre los efectos del aprendizaje en la tercera edad, junto con la licenciada Adriana Rozanski.
Sentirse vivos
Para la investigación, las autoras elaboraron un cuestionario de 15 preguntas que les entregaron a 150 alumnos con un año de antigüedad en los cursos.
La mayoría (59%) aseguró que la motivación para inscribirse en la universidad había sido la inquietud de adquirir conocimientos, mientras que el resto mencionó el deseo de superación (18%), de compartir experiencias (10%) o simplemente curiosidad (2%), entro otros.
"Lo que los impulsa a estudiar difiere, pero lo interesante es que el énfasis no lo ponen en la productividad, como los más jóvenes, sino en la retroalimentación, en sentirse que todavía están vivos y con posibilidad de hacer cosas no para ocupar el tiempo libre, sino porque les sirven para usar en su vida diaria", explicó la licenciada Rozanski, investigadora y docente de la Unite.
Cada curso incluye una clase por semana durante un cuatrimestre o un año. El 51% prefirió un curso por vez y el resto, entre dos y cuatro. Al año, el 85% de los estudiantes reconoció tener aptitudes cognitivas y de socialización que hasta el momento ignoraba, mientras que el 90% sintió que el conocimiento le permitió "sacar más provecho de la vida" y ser "más fructíferos".
Además, el 91% aseguró que la información le permitió mejorar la calidad de vida.
"Con sólo prepararse y salir de su casa una vez por semana o más para ir a clase, la persona mayor deja de sentirse aislada y fuera del contexto social, en el que generalmente se lo margina y se le impone que a partir de cierta edad no puede hacer determinadas actividades", agregó Rozanski.
"Es casi inmediato: los alumnos revierten la desagradable imposición social de pertenecer a la clase pasiva, cuando se trata de personas con recursos cognitivos que no sólo disminuyen con el envejecimiento sino que también pueden aumentar si se los ejercita."
De hecho, la hipótesis que intentan demostrar ambas psicólogas plantea que el aprendizaje en esa población "sería condición necesaria" para mejorar su salud psicofísica.
Problemas comunes
A la Universidad de la Tercera Edad, que es una de las 19 propuestas educativas para adultos mayores que ofrecen universidades públicas y privadas del país, llegan estudiantes "reincidentes" -como ellos mismos se definen-, con distintos niveles educativos, pero dos problemas comunes: depresión y pérdida de los roles sociales.
"El ocio y la soledad son malos compañeros del ser humano, mucho más en las personas adultas mayores, en las que a veces quedan pocas reservas y comienza a aparecer el fantasma de la pérdida del sentido de la existencia", opinó Straschnoy.
Nuevas habilidades
Con los cursos, observaron las investigadoras, los adultos mejoran la adquisición de habilidades, como el pensamiento crítico, el buen humor y la adaptación a los cambios de la realidad.
En definitiva, "adquieren un lugar de interés porque muchos de ellos comienzan a dominar nuevos temas con la terminología científica respectiva. Les permiten relacionarse de una forma valiosa con sus hijos y nietos. Se los puede ver por los pasillos de la facultad, teniendo presencia y compartiendo con distintas generaciones", agregó Straschnoy.
Es más, muchos de ellos comparten esos pasillos o el bar de la facultad con sus nietos, que cursan carreras de grado en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, y hasta se los puede ver explicándoles distintos puntos de las materias a los más jóvenes.
"Hablo con mis nietos como si ellos hablaran con sus amigos -comenta Eugenia, que ya tiene cuatro bisnietos-. Eso me parece fascinante: que confíen en mí, que compartan conmigo su vida... Veo en reuniones a personas con veinte años menos que yo y si hay una persona mayor la dejan sola como a un objeto, no la consideran un sujeto. Eso es terrible."
Para Rozanski, en definitiva, "éste es un modelo que demuestra cuánto se justifica invertir en prevención y educación".
Por Fabiola Czubaj De la Redacción de LA NACION
Ayuda a prevenir enfermedades mentales de la edad, reduce el riesgo de depresión y permite recuperar roles sociales
Comenzar la universidad en la séptima década de vida puede resultar todo un desafío, sobre todo porque lo primero que aparece son las excusas para no intentarlo, como "¿a esta edad?" o, la más frecuente, "la cabeza no me va a responder".
Sin embargo, en las aulas de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ) se comprueba a simple vista que retomar el estudio a partir de los 60 no sólo rejuvenece el cerebro, sino también ayuda a prevenir enfermedades mentales de la edad, como las demencias, a reducir la depresión, a recuperar los roles sociales y a mejorar la calidad del envejecimiento.
"Tenemos una edad biológica y otra edad psicológica. La primera no la podemos modificar y a medida que avanza te siguen festejando los cumpleaños y te la recuerdan a cada rato... -bromea Eugenia Resnik, de 83 años-. Pero la otra podemos mejorarla muchísimo si tenemos voluntad."
Eugenia comenzó la universidad el año pasado; se inscribió en el curso de psicología y este año reincidió también con filosofía, un saber sobre el que confiesa que nunca había tenido un libro en la mano.
"Siempre nos queda una asignatura pendiente -asegura Eugenia al explicar por qué decidió ir a la universidad-. Mis padres fueron inmigrantes, nunca nos faltó lo imprescindible, pero con mis hermanos sólo pudimos ir a la escuela primaria. Siempre quise seguir estudiando y tener una carrera, pero no fue posible."
Desde hace diez años, la Secretaría de Extensión Universitaria de la Facultad de Ciencias Sociales creó la Universidad de la Tercera Edad (Unite), un programa que incluye el dictado de 36 cursos gratuitos para mayores de 60 años.
Durante un año o un cuatrimestre, unos 200 estudiantes cada año reciben contenidos de nivel académico teóricos y prácticos. Los docentes, que son los mismos que los de las carreras de grado de la UNLZ, no exigen memorizar textos y rendir exámenes, pero sí cumplir con los plazos para la entrega de los trabajos prácticos y las investigaciones.
"Los adultos mayores tienen la misma capacidad de aprendizaje que en otras épocas de la vida; las variaciones obedecen a conocimientos previos, estudios finalizados, ritmos, tiempos de cada uno, e interés y motivación por la tarea", explicó a LA NACION la licenciada en psicología Mónica Straschnoy, docente de la Unite y coautora de un estudio sobre los efectos del aprendizaje en la tercera edad, junto con la licenciada Adriana Rozanski.
Sentirse vivos
Para la investigación, las autoras elaboraron un cuestionario de 15 preguntas que les entregaron a 150 alumnos con un año de antigüedad en los cursos.
La mayoría (59%) aseguró que la motivación para inscribirse en la universidad había sido la inquietud de adquirir conocimientos, mientras que el resto mencionó el deseo de superación (18%), de compartir experiencias (10%) o simplemente curiosidad (2%), entro otros.
"Lo que los impulsa a estudiar difiere, pero lo interesante es que el énfasis no lo ponen en la productividad, como los más jóvenes, sino en la retroalimentación, en sentirse que todavía están vivos y con posibilidad de hacer cosas no para ocupar el tiempo libre, sino porque les sirven para usar en su vida diaria", explicó la licenciada Rozanski, investigadora y docente de la Unite.
Cada curso incluye una clase por semana durante un cuatrimestre o un año. El 51% prefirió un curso por vez y el resto, entre dos y cuatro. Al año, el 85% de los estudiantes reconoció tener aptitudes cognitivas y de socialización que hasta el momento ignoraba, mientras que el 90% sintió que el conocimiento le permitió "sacar más provecho de la vida" y ser "más fructíferos".
Además, el 91% aseguró que la información le permitió mejorar la calidad de vida.
"Con sólo prepararse y salir de su casa una vez por semana o más para ir a clase, la persona mayor deja de sentirse aislada y fuera del contexto social, en el que generalmente se lo margina y se le impone que a partir de cierta edad no puede hacer determinadas actividades", agregó Rozanski.
"Es casi inmediato: los alumnos revierten la desagradable imposición social de pertenecer a la clase pasiva, cuando se trata de personas con recursos cognitivos que no sólo disminuyen con el envejecimiento sino que también pueden aumentar si se los ejercita."
De hecho, la hipótesis que intentan demostrar ambas psicólogas plantea que el aprendizaje en esa población "sería condición necesaria" para mejorar su salud psicofísica.
Problemas comunes
A la Universidad de la Tercera Edad, que es una de las 19 propuestas educativas para adultos mayores que ofrecen universidades públicas y privadas del país, llegan estudiantes "reincidentes" -como ellos mismos se definen-, con distintos niveles educativos, pero dos problemas comunes: depresión y pérdida de los roles sociales.
"El ocio y la soledad son malos compañeros del ser humano, mucho más en las personas adultas mayores, en las que a veces quedan pocas reservas y comienza a aparecer el fantasma de la pérdida del sentido de la existencia", opinó Straschnoy.
Nuevas habilidades
Con los cursos, observaron las investigadoras, los adultos mejoran la adquisición de habilidades, como el pensamiento crítico, el buen humor y la adaptación a los cambios de la realidad.
En definitiva, "adquieren un lugar de interés porque muchos de ellos comienzan a dominar nuevos temas con la terminología científica respectiva. Les permiten relacionarse de una forma valiosa con sus hijos y nietos. Se los puede ver por los pasillos de la facultad, teniendo presencia y compartiendo con distintas generaciones", agregó Straschnoy.
Es más, muchos de ellos comparten esos pasillos o el bar de la facultad con sus nietos, que cursan carreras de grado en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, y hasta se los puede ver explicándoles distintos puntos de las materias a los más jóvenes.
"Hablo con mis nietos como si ellos hablaran con sus amigos -comenta Eugenia, que ya tiene cuatro bisnietos-. Eso me parece fascinante: que confíen en mí, que compartan conmigo su vida... Veo en reuniones a personas con veinte años menos que yo y si hay una persona mayor la dejan sola como a un objeto, no la consideran un sujeto. Eso es terrible."
Para Rozanski, en definitiva, "éste es un modelo que demuestra cuánto se justifica invertir en prevención y educación".
Por Fabiola Czubaj De la Redacción de LA NACION
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